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A las mujeres históricamente se les ha otorgado el rol de cuidadoras, que además parte de una aseveración biológica (dadoras de vida) y social (cuidadoras del hogar y lo que lo compone), que limita su verdadero potencial en el desarrollo de los territorios.
Pero la realidad es que tienen un lazo estrecho con la biodiversidad y han aportado a su conservación y el mantenimiento de los servicios ecosistémicos, a través de sus prácticas habituales “desde recoger agua para cocinar y limpiar, utilizar la tierra para la ganadería, buscar comida en los ríos y arrecifes, y recolectar leña”, resalta la ONU.
(Lea: Otra deuda con las mujeres: reconocer su aporte en la conservación de la biodiversidad)
También, debido a esos roles que asumen en sus territorios, comunidades y hogares, las mujeres son las primeras en sentir los efectos de las problemáticas ambientales (cambio climático, degradación de los ecosistemas y contaminación), por ejemplo, al recorrer distancias mucho más largas para encontrar materias primas.
Por eso es tan importante discutir sobre su rol en el desarrollo ambiental de nuestro país, sobre todo, a puertas de la realización de la COP16 de Biodiversidad en Cali (Colombia) este 2024, en donde uno de los temas centrales es el enfoque de género.
Colombia es un país con una gran diversidad ambiental, cultural, social, étnica; razón por la cual ha sido clave la creación de escenarios y espacios para que las mujeres se empoderen y discutan frente a sus conocimientos y necesidades, como la Red Nacional Interétnica de Mujeres para la Defensa del Medio Ambiente, que “es una articulación entre las experiencias locales de varias mujeres lideresas socioambientales, donde se destacan ejercicios desde la agroecología, la conservación, la restauración ecológica, el manejo de residuos orgánicos y sólidos, el patrimonio cultural y natural, el turismo indígena y comunitario, la defensa de la naturaleza como sujeto de derechos, la educación ambiental, los derechos territoriales y étnicos sobre la tierra así como las luchas sobre el agua y la pesca artesanal. Esto reivindica las visiones, conocimientos y apropiaciones de las mujeres sobe su rol en la biodiversidad, el cambio climático y la transformación de la naturaleza”, destacó María Paula Velásquez, jefe de proyecto de Fundación Natura.
Ahí, ellas encuentran un lugar para reconocerse como mujeres, para apoyarse y aprender unas de las otras. “Es un espacio de fortalecimiento que nos ayuda a llegar a espacios donde solas no lo habríamos logrado (…) Empíricamente hemos avanzado en el liderazgo, pero necesitamos fortalecernos, por eso considero que trabajar el ser es vital, sanarnos como mujeres y personas, con eso nos fortalecemos todas”, resaltó Dulima Mosquera, asesora de Corpopalo.
La exconcejala de Bogotá, Ati Quigua, apoya esta percepción, pues para ella este espacio les permite “construir juntas para generar una agenda que permita sanar la relación de la sociedad con la naturaleza”.
(Lea: Las aves, las mejores embajadoras de la biodiversidad)
Sanar parece ser la palabra clave y necesaria para entender la conexión de las mujeres con la naturaleza y el vacío que existe entre la relación de los seres humanos y la vida que los rodea, en todas sus formas.
En los territorios las mujeres no solo cuidan del hogar y de los integrantes de la familia, si no que parte de sus actividades para ese fin las lleva a sembrar y cosechar alimentos, buscar materias primas para otros productos, abastecerse de agua, pero además tienen la labor de pasar ese conocimiento y forma de hacer las cosas, a las generaciones futuras.
Como mencionó Arelys Howard, mujer raizal y lideresa de las islas de Providencia y Santa Catalina, “debemos reconocer el rol de la mujer como portadora del conocimiento ancestral de nuestros pueblos. La mujer es la que puede garantizar la transmisión del conocimiento y el relevo generacional de nuestras prácticas ancestrales”.
Esa transmisión de conocimiento es clave, porque permite identificar lo que las rodea, sus propiedades y usar de manera adecuada la naturaleza, con la consciencia de que para poder seguir disfrutándola se debe cuidar.
Por ejemplo, históricamente ha sido muy importante ese reconocimiento de la naturaleza y sus componentes para la medicina, tanto tradicional como la llamada “occidental” o farmacéutica. Pero con la globalización, muchos de esos conocimientos tradicionales comenzaron a estar en riesgo y ahí el papel de la mujer, en comunidades afro, indígenas y campesinas, toma fuerza.
“Nosotras tenemos un proceso de conservación de plantas medicinales ancestrales en el Chocó. Y en nuestro territorio las mujeres hemos llevado la vocería y defendido los derechos de la vida en el bosque y en la casa, en todos los espacios”, Candida García, lideresa de Nuquí (Chocó).
Siempre han encontrado la manera de construir esa interrelación entre ellas y su entorno, entendiendo que lo que se cuida, permanece. “La tierra representa la vida, en ella garantizamos nuestra economía tradicional y reconocemos cada elemento de ella (tierra, piedras, agua, etc.) como nuestros antepasados”, resaltó Cira Castañeda, Indígena del pueblo Wayyu.
Entender esta dinámica, reconocer su rol más allá del cuidado e identificar las cargas y vulnerabilidades que tienen las mujeres frente a las problemáticas ambientales globales, resulta en encontrar, en su vinculación y participación en espacios de toma de decisiones, una oportunidad para construir soluciones integrales a problemas complejos.
Pues ellas, desde sus diferencias, han logrado construir de manera colectiva, participar e incidir en los diferentes niveles y movilizar la agenda pública en torno a las relaciones de las mujeres, el medio ambiente y la construcción de paz.
“Hemos sentido nuestro empoderamiento como mujeres a la defensa del medio ambiente, orientando procesos en el territorio para la pervivencia y la vida”, Ana del Rosario Paternina, Gobernadora mayor del Consejo regional de autoridades indígenas Zenú (Córdoba, Sucre), Mayora sabia y asesora etno-jurídica de la mesa de derecho propio.